domingo, 22 de marzo de 2009

Dolor

De ese dolor de no poder volver atrás.
De ese dolor que como un puño se instaló en el estómago de ella. Sabía que por su culpa la familia quedaba rota para siempre, que sus hijos no tendrían ya la familia que habían presumido ser durante años. Sí, ella se sentía culpable, pero no podía dominar los sentimientos que en su interior habían aflorado de un tiempo a esta parte. Su marido no entendía nada. ¿Qué le había pasado? Ni ella lo sabía.
¿Cuándo fue la última vez que besó a su marido con pasión? Se le escapó una sonrisa… ya ni se acordaba.
El inmenso amor que sentía por su marido se le había esfumado. Como si su amor hubiera tenido fecha de caducidad llegó un día en que se sintió fría, sintió que ya no estaba enamorada, que no lo deseaba. Ahora sólo quería empezar de nuevo con sus hijos y volver a sentirse viva.
¿Cómo comenzó esta espiral que la había llevado a acabar con tantos años de matrimonio? El día que pidió hablar con el director de su banco.
Estaba indignada por un trámite a su cargo que ella no estaba dispuesta a pagar y que mes a mes le iban cobrando y pese a hablar con la cajera no se solucionaba. Así que pidió hablar con el director y la cajera le dijo que en un segundo la atendería. Cuando entró se quedó helada. El director era su novio de la adolescencia. Nunca más lo había visto, pero allí estaba él guapísimo. Un poco trastornada empezó a explicar su situación, mientras su cabeza daba vueltas:
- No me reconoce. Me ha de reconocer. Yo no he cambiado tanto. Por qué no me dice nada? Tan poco importante fuí que ni se acuerda de mí. Y a mí tanto que me costó olvidarte…
El director fríamente le dijo que no tenía razón. Y ella traicionada por sus propios pensamientos empezó a gritarle, a intentar defender su versión, o acaso haciéndose ver? pero él se mostraba inalterable tratando de explicarse. Así que ella fuera de sí, se levantó gritando que los iba a demandar, se fue hacia la puerta, la abrió dispuesta a irse dando un buen portazo. Cuando la palma de la mano del director empujó la puerta cerrándola y muy seriamente la miró.
Ella pudo ver sus ojos verdes. Sentir su aliento. Y sin darse cuenta estaba entregada a un beso apasionado, a unos abrazos que recorrían todo la espalda de él, y notaba las manos de él en su culo presionándolo con fuerza. Y allí mismo, en el suelo como dos animales hicieron el amor y se revolcaron uno encima del otro, cada uno intentando dominar al otro.
No hubieron palabras, no hubo una otra vez, incluso se ignoraron siempre que se encontraron de nuevo en la oficina o en cualquier otro lugar. Como si no se conocieran de nada. Pero esta situación la había hecho reaccionar de que quería vivir con más pasión, que su vida perfecta había llegado a aburrirla, que quería ser libre.

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