En esas aguas donde aprendí a enfrentarme a las olas, saltándolas o que pasaran por encima de mí y destruían los castillos de arena que yo había hecho en la orilla.
Las primeras noches que pude salir con mis amigos y amigas y acabábamos en ropa interior bañándonos en el mar negro. Con botellas clandestinas de alcohol y fumando tabaco, creíamos así ser mayores.
Dentro del mar hice el amor y en sus arenas dormí hasta que se hizo de día. Estirados mirando las estrellas nos prometíamos amor eterno.
Pero mis venas son saladas y festejaba con los chicos como lo hacen las olas, que tal como vienen se van.
El mar, la mar, testigo mudo de todas las historias que allí vivimos.
Pero de la belleza pasaba al horror cuando las aguas se exaltaban. Ya lo dice la canción: No te fies nunca de la calma que es madre del temporal.
Mi padre con sus compañeros fueron a pescar como cada noche y empezó una gran tormenta, el bote (barquito pequeño) donde iba mi padre se separó de la barca grande y lo perdieron. Pasó, y pasamos las peores horas de nuestra vida, a la deriva azotado por el viento, sin remos, sin radar, mojado completamente. Viendo su vida en un instante pasar.
Al cabo de bastantes horas una barca pasó por allí y lo encontraron. Mi padre llegó a tierra temblando como una hoja y besó el suelo cuando lo pisó. El mar nos había mostrado su peor cara, pero mi padre estaba vivo!!
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