
El puerto se llenaba de gente que quería verlos llegar y por qué no, algunos preparados con un balde para que algún pescador les pusiera dentro un puñado de sardinas o lo que hubieran pescado aquel día.
Ver llegar a mi padre era lo más hermoso. Tan guapo. Mi héroe.
Cuando a lo lejos bordeando el faro rojo entraban las primeras barcas yo decía: "Esa no es, que la de mi padre es verde y blanca, esa tampoco, esa tampoco, esa, esa es, la conozco, es mi padre"
Venía sucio, con olor de petróleo y pescado. Con su piel tostada al sol. Yo me acercaba para darle un beso y me contestaba: "No que vengo sucio" y yo se lo daba igualmente.
Y contenta ya podía continuar jugando.
Cuando mi padre dormía me entretenía sentándome a los pies de su cama y le iba sacando de los pies las escamas que se le habían quedado adheridas en la piel.
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