jueves, 29 de enero de 2009

Llegan las barcas

Cuando era pequeña, los niños jugábamos correteando por las calles. Cuando en la Plaza del Pósito comenzaba a sonar la sirena significaba que los pescadores estaban llegando al puerto y apretábamos a correr hacia allí para esperarlos. Ni que no hubiera sonado la sirena sabíamos que llegaban por el revoloteo de las gaviotas en el cielo.
El puerto se llenaba de gente que quería verlos llegar y por qué no, algunos preparados con un balde para que algún pescador les pusiera dentro un puñado de sardinas o lo que hubieran pescado aquel día.
Ver llegar a mi padre era lo más hermoso. Tan guapo. Mi héroe.
Cuando a lo lejos bordeando el faro rojo entraban las primeras barcas yo decía: "Esa no es, que la de mi padre es verde y blanca, esa tampoco, esa tampoco, esa, esa es, la conozco, es mi padre"
Venía sucio, con olor de petróleo y pescado. Con su piel tostada al sol. Yo me acercaba para darle un beso y me contestaba: "No que vengo sucio" y yo se lo daba igualmente.
Y contenta ya podía continuar jugando.
Cuando mi padre dormía me entretenía sentándome a los pies de su cama y le iba sacando de los pies las escamas que se le habían quedado adheridas en la piel.





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