miércoles, 27 de febrero de 2013

Es fácil perdonar los errores ajenos


¡Cuánto odiamos ser vistas en nuestro yo más desnudo! Nos sentimos nobles cuando perdonamos los errores horribles de los demás, pero nos paralizamos de culpabilidad y vergüenza cuando nos damos cuenta de que hemos sido descubiertas en nuestros peores momentos. 
Es tan tentador intentar encontrar algún error en los demás para distraer la atención de lo que hayamos hecho mal. Se nos ha dicho que la mejor defensa es una ofensa. 
¡Qué difícil es reconocer nuestros propios errores! Y, sin embargo, ¡qué liberador!
Tenemos la posibilidad no sólo de olvidar a las personas que han sido testigos de nuestros errores, sino también de abrazarlas como un regalo que nos mantiene honestas.

A veces, mis cualidades están tan bien embaladas, que tengo dificultad en reconocerlas como tales. A medida que me desembalo a mí misma, puedo desenvolver cada don.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me interesa tu opinión, gracias por tu comentario.