Ante un acontecimiento pueden observarse cuatro fases:
Percepción, interpretación, nivel de activación y grado de estrés.
Para que la percepción no conduzca al estrés, podemos intervenir principalmente en la etapa de interpretación y en la de activación.
En la interpretación lo fundamental es aprender a conocerse. La historia personal, las creencias, los conocimientos y los rasgos de carácter son los elementos a través de los cuales valoramos y juzgamos. Vemos el mundo a través de nuestras gafas personales. Se pueden limpiar los cristales y también cambiar de gafas si es preciso. Si procuramos extraer lo mejor de cada vivencia, la vida será más plena y más agradable.
En la activación podemos aprender técnicas de relajación, respiración y meditación, que permiten reducir el nivel de estrés resultante. También puede ser útil controlar las reacciones emocionales desproporcionadas o nocivas.
Sin vivir experiencias especialmente duras o excepcionales, en la vida de toda persona hay momentos que requieren la activación de su potencial interno. Puede tratarse de la muerte de un ser querido, una ruptura sentimental, un despido, el fracaso en unas oposiciones o en un negocio. Cuando esto sucede, se pasa por diversas etapas que llevan a la superación exitosa de la situación.
Desde el momento de profundo dolor o de dificultad para asumir la pérdida hasta la aceptación y comienzo de una nueva etapa, la persona necesita de sus recursos para vivir la experiencia lo mejor posible. Como vemos, la fuerza interna es cuestión de actitud mental y de energía psicofísica. De hecho, una y otra están íntimamente relacionadas.
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