¿Os habéis fijado?
Hay palabras que son simpáticas, apetecibles, dulces, bellas incluso. Que gusta pronunciar. Y uno se recrea teniendo esta palabra en la boca, y la pronunciaría una y otra vez. Y las hay infames. Palabras llenas de aristas que hieren la lengua. Que uno no quisiera pronunciar jamás, y que cuando esto ocurre parece que en vez de articular la palabra lo que hace es expulsarla de su boca. ¡Divinas palabras!
A mí me gustaría ser inventor de palabras. Las inventaría amables, melosas, amorosas, mansas, suaves, de tenues sonidos; palabras que cuando alguien las emitiera, su boca se lo agradeciera. Y el mundo al pronunciarlas se llenaría de divinos murmullos. Murmullos que nadie entendería porque la belleza de las palabras sería suficiente para disfrutar de ellas. El significado no importaría. Sería una belleza universal. Una belleza desnuda de significado. Nadie podría recibir afrentas porque las divinas palabras en vez de herir curarían. Y el universo se llenaría de bisbiseos alados que, vacíos de contenido, pero llenos de fragancia musical, colmarían los oídos de las gentes. Y el mundo sería feliz. Por una vez sería feliz. Porque nada sería tan importante como las palabras, las benditas palabras. Y los seres humanos hablarían y acariciarían los oídos de sus semejantes y estos responderían con semejantes palabras.
Este idílico mundo, que como todas las utopías son eso, utopías, yo lo vivo a veces. No sé si a vosotros os pasa. Lo experimento cuando escucho canciones en otro idioma. No sé que querrán decir estas divinas palabras, pero yo me imagino cosas inimaginables y les doto de poderes casi mágicos, y por un momento disfruto de las divinas palabras. Y es que las palabras tienen un significado artificial. Sólo es cuestión de quitarle este significado y otorgarle uno nuevo. Uno mejor, claro. Uno fantasioso, mágico. ¡Divinas palabras!
* Extraído de Buenas Vibraciones
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