Hace un tiempo me convencí que las casualidades no existen. Es demasiada casualidad que ocurran cosas o situaciones tan significativas y no estén dentro de un marco de experiencias pedagógicas de la gran maestra, llamada "Vida".
Creo en la vida como un camino en el cual todos somos compañeros y que en algún momento, la inercia de las energías que desprendemos nos acercan más a una u otra compañía, y que según la misión que toque, pueden estar más o menos tiempo a nuestro lado. Visto de esta manera, la vida es una gran aventura, en la que el equipaje tiene que ser ligero para que no retrase nuestros pasos y nos haga más pesado el caminar.
En este caminar, hemos olvidado a dónde nos dirigíamos, y ante tal desconcierto, intentamos aferrarnos a las seguridades que el camino nos brinda: una posada, un manantial, un lugar de diversión... y detenemos el paso, nos instalamos e incluso decidimos no seguir el camino, pues la SEGURIDAD que nos ofrece el camino, no es suficiente. Se entiende. Si no recordamos a dónde íbamos, si no sabemos lo grande de nuestro destino, es fácil quedarse en aquello que nos brinda seguridad.
No obstante, lo único que podemos hacer para saberlo ciertamente, es vivir con INTENSIDAD. Como si fuera el último de nuestros días, disfrutar de cada momento, cada "encuentro" o "reencuentro" y sobre todo, hacer lo que el corazón nos dicte, sin miedo...
Alguien dijo en algún lugar:
"Si vives cada día como si fuera el último, algún día tendrás razón".
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