La señora Pepita, de 82 años de edad, estaba lista y arreglada como cada mañana a las ocho en punto. Con su cabello bien peinado y un maquillaje perfectamente aplicado, pese a tener dificultades de visión, estaba dispuesta a mudarse aquel mismo día a una residencia geriátrica.
El que había sido su marido durante cincuenta años había muerto, lo que hacía necesario el traslado.
Después de esperar pacientemente en la recepción de la residencia, sonrió dulcemente cuando le comunicaron que su habitación ya estaba lista. Mientras maniobraba su andador dirigiéndose hacia el ascensor, yo le había dado una descripción detallada de su pequeño cuarto, incluyendo las sábanas y las cortinas que habían sido colgadas en su ventana.
-¡Me encantan! -dijo ella con el entusiasmo de un chiquillo de ocho años al que acaban de mostrar un nuevo cachorro.
- Señora Pepita, usted aún no ha vista el cuarto… Espere a verlo.
- Eso no tiene nada que ver -dijo ella-. La felicidad es algo que uno decide con anticipación. El hecho de que me guste mi cuarto o no me guste, no depende de cómo esté arreglado el lugar, depende de cómo arregle yo mi mente. Ya había decidido de antemano que me encantaría. Esta es una decisión que tomo cada mañana al levantarme.
- ¿Por qué lo hace, señora Pepita?
- Éstas son mis posibilidades: puedo pasarme el día en la cama enumerando las dificultades que tengo con las partes de mi cuerpo que ya no funcionan o puedo levantarme de la cama y sentirme agradecida por las que sí funcionan. Cada día es un regalo, y he decidido que cada mañana me centraré en los regalos del nuevo día y en las memorias felices que he guardado en mi mente. Quiero vivir cada momento de mi vida. La vejez es como una cuenta bancaria… Uno puede extraer lo que ha ido depositando en ella.
El que había sido su marido durante cincuenta años había muerto, lo que hacía necesario el traslado.
Después de esperar pacientemente en la recepción de la residencia, sonrió dulcemente cuando le comunicaron que su habitación ya estaba lista. Mientras maniobraba su andador dirigiéndose hacia el ascensor, yo le había dado una descripción detallada de su pequeño cuarto, incluyendo las sábanas y las cortinas que habían sido colgadas en su ventana.
-¡Me encantan! -dijo ella con el entusiasmo de un chiquillo de ocho años al que acaban de mostrar un nuevo cachorro.
- Señora Pepita, usted aún no ha vista el cuarto… Espere a verlo.
- Eso no tiene nada que ver -dijo ella-. La felicidad es algo que uno decide con anticipación. El hecho de que me guste mi cuarto o no me guste, no depende de cómo esté arreglado el lugar, depende de cómo arregle yo mi mente. Ya había decidido de antemano que me encantaría. Esta es una decisión que tomo cada mañana al levantarme.
- ¿Por qué lo hace, señora Pepita?
- Éstas son mis posibilidades: puedo pasarme el día en la cama enumerando las dificultades que tengo con las partes de mi cuerpo que ya no funcionan o puedo levantarme de la cama y sentirme agradecida por las que sí funcionan. Cada día es un regalo, y he decidido que cada mañana me centraré en los regalos del nuevo día y en las memorias felices que he guardado en mi mente. Quiero vivir cada momento de mi vida. La vejez es como una cuenta bancaria… Uno puede extraer lo que ha ido depositando en ella.
* Extraído del libro: La vida viene a cuento de Jaume Soler y Maria Mercè Conangla (Ed. Integral).
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